
Pienso mucho en mi. En lo que me pasa, cómo me pasa, en cómo llego a esos lugares que me hacen sentir extraño.
Cómo termino solo en una habitación que no conozco, semi-drogado, sin saber el día y la hora, en una casa donde claramente no vivo.
Y en todo ese contexto, tengo el agrado de pensar en mi y en mi próximo destino.
Sin pensar en facultad, trabajo, préstamos, casamiento, préstamos, casa, perro, gato, 4x4, cuotas, luz, gas, teléfono y expensas; nada de todo lo que ya debería haber pensado en estos 33 años pateando este mundo.
Elegí divertirme.
Y es que es solo así como puedo llevar esta vida, no la entiendo de otra manera. No veo por qué engañarme, sufrir, esforzarme, si nadie va a darme más por eso...
Lo amargo, lo duro, eso llega sólo, sin pedir permiso. Es lo inevitable lo que condena a nuestra tristeza.
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